14 jul 2011

Más que nada, hablamos de la universidad y la música. Él, me contó, próximamente tocaría con su pequeña orquesta la semana entrante, por lo que no pude resistir la tentación y preguntar…sólo que, sabía no me invitaría. Así que preferí darle su privacidad. Después de todo, ya podría verlo tocar nuevamente en la universidad. No lo dejaría en paz.

—Hay algo…—Dijo de repente—hay algo que debes de saber.

—¿Qué es? —Dije dándole un sorbo a mi soda.

—No quiero que te esperances. Tampoco es como si fuera algo fijo…pero tampoco estoy comprometido a nada.

—¿Puedes decirlo de una maldita vez? —Le pedí.

—Estoy viéndome con alguien ya. Así que no quiero que te esperances mucho de esto.

Solté el vaso y por ende el resto de soda que quedaba se derramó sobre la mesa. Los cubitos de hielo resbalaron y conseguí mancharme el pantalón.

Sentí que sus palabras me tajaron hasta el alma y no pude respirar con calma. Uno, dos, tres, cuatro. Conté mentalmente. Esto. No. Es. Así.

—Por favor—Pidió con voz preocupada—, no pongas esa cara…

—No…Espera. Voy al baño y vuelvo.

Caminé desorientado al baño. Y cuando volví él ya no estaba. Había dejado pagada la cuenta y una nota en la boleta.

Su letra poco elegante, pero completamente legible decía en dos simples términos:

“Lo siento”

Arrugué el papel.

Con la cabeza ya fría por el agua que dejé caer sobre mi nuca, salí del restaurante dispuesto a perseguirlo otra vez. No permitiría que otro me lo arrebatara.

No lo dejaría.

No esta vez…


Eso duele.

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